Koichi Miyatsu saca de una mochila ropa de niño con personajes de manga y un par de zapatillas deportivas, únicos objetos de su vida antes de que fuera abandonado en un “buzón de bebés” en Japón.
“Tenía puesta alguna de esa ropa cuando me dejaron allí”, cuenta a la AFP este joven de 18 años hoy en día. “Son los recuerdos más antiguos de mi infancia, los he conservado con mucho cuidado”.
Koichi se convirtió este año en la primera persona en brindar testimonio público tras haber sido abandonado en el buzón de bebés del hospital católico Jikei en Kumamoto (sudoeste de Japón), abierto en 2007.
Sus declaraciones reavivaron el debate sobre este sistema inspirado de uno similar en Alemania, presentado por sus defensores como un último recurso para las mujeres marginadas y los padres que no quieren o no pueden recurrir a la adopción, pero que para sus críticos alienta el abandono de los niños.
Sin embargo, para Koichi, la cuestión está fuera de discusión. El día en el que fue abandonado “fue el inicio de un nuevo capítulo de mi vida”, explica este estudiante en sociología y política.
“Lo que soy se lo debo al buzón de bebés”, agrega. Según el hospital, el sistema permite prevenir los malos tratos e incluso la muerte de niños.
En 15 años, 161 bebés y niños pequeños fueron confiados al centro médico.