Ayer la Plaza de la Democracia se convirtió, como lo cantaba Javier Solís, en un “cofre de vulgar hipocresía”. El lugar apestaba a doble moral. La contradicción cínica convertida en homenaje. La estatua de Salvador Nava Martínez, juro que crujía por dentro.
La moralidad representada en un hijo del doctor inhabilitado por el manejo deshonesto del dinero público.
La dignidad repartida entre un nieto también inhabilitado por los potosinos al encontrársele incapaz, incompetente y corrupto.
Los valores del navismo en las manos del hijo del tesorero de Nava Martínez, Alfredo Lujambio, que tuvo que dejar la representación de los ciudadanos en el Cabildo por estar señalado de acoso sexual a sus empleadas.
El suplente de Lujambio, nuevo rico gastando lo ajeno y el tiempo por el que se le paga para asistir en horas laborales a eventos políticos.
Hijos y nietos todos con señalamientos vergonzosos, otros con secretos inconfesables, pero compartiendo todos, sobándose las manos unos entre otros como dándose bendiciones, besándose las mejillas en un montaje de franca y plena desvergüenza.
Los perredistas acérrimos que se convirtieron en panistas infranqueables, que se cambiaron a Morena y que buscan cabida en Movimiento Ciudadano, ahí estaban como siempre: firmes y sólidos en sus ideales y desgarrándose las vestiduras por un movimiento civilista que no conocieron ni de lejos… pero ahí estaban.
Juro que la estatua crujía.
A 30 años de su partida, el Navismo no se parece en nada y el Frente Cívico no es que no se parezca, es que simplemente ya no existe.
El líder, el que se elevó democráticamente por dedazo en el púlpito de su presidencia, el de la altura moral intachable, Xavier Nava, tuvo que interrumpir sus francachelas públicas para ir, como doliente casto, humilde y probo, un poco encorvado y lento, a arrimar su brazo generoso para llevar con parsimonia de anciano venerable a su abuela, Doña Conchita Calvillo viuda de Nava, al evento de su extinto abuelo.
Frente a tan degradante espectáculo, queda claro que de aquel movimiento solo hay dos cosas solidas: La estatua y la fortaleza de doña Conchita. No existe más. Lo caradura de sus “herederos” no cuenta.
“Payasos con careta de alegría que ante la gente ocultan su derrota…”