En una recóndita zona de la actual Jordania, hace más de 9.000 años, una tribu decidió enterrar a una persona menor de edad recién fenecida por todo lo alto. El rito mortuorio que practicaron, más que una ceremonia contemporánea familiar de duelo discreto, probablemente congregó a todos los habitantes del poblado Ba’ja, y quizá incluso a personas de los alrededores. Al menor se le construyó una pequeña sepultura hecha con piedras verticales y se le enterró bajo otras, cortadas y trabajadas, en el sótano de una casa ya edificada de varios pisos. El entierro culminó con esta sociedad neolítica depositando un elaborado ornamento corporal de miles de cuentas sobre el cadáver, de aproximadamente ocho años y del que se desconoce el sexo. La presencia en la tumba de ocre, un pigmento rojizo, esparcido por todo el cuerpo del difunto, y especialmente depositado en un montoncito junto a las piernas, indicaría que se trata de un ritual.
La complejidad de la despedida, además de demostrar la intencionalidad de la tribu al hacerlo, destaca la importancia que el funeral tuvo en la vida social de estos primeros agricultores-ganaderos del Neolítico. Es la conclusión a la que llega Hala Alarashi, del centro de Arqueología de las dinámicas sociales del CSIC, quien publica hoy su estudio en la revista científica PLoS ONE. Su equipo internacional y multidisciplinar ha investigado el yacimiento arqueológico de Ba’ja en Jordania y ha reconstruido el collar. “He estudiado muchas colecciones neolíticas por todo Oriente Próximo, en el Nilo y en Cuerno de África, y nunca había visto esto”, explica Alarashi, también vinculada a la Universidad Côte d’Azur en Niza (Francia). Para la investigadora, la utilización de perlas y conchas del mar Rojo, así como su elaboración ornamental con patrones trabajados a nivel muy profesional, es “característico de esta zona del levante mediterráneo, típicos de la región de Petra”. “Es gente que sabe muy bien lo que está haciendo, hubo una concepción muy clara”, detalla la científica.